domingo, 28 de abril de 2013

Monster [Parte 1].


       Me desperté sola, sin nadie a mi lado. ¿Dónde estaban mis aliados? ¿Dónde estaban mis cuatro mejores hombres? Me incorporé en la camilla. Miré a mi derecha, mas solo me encontré con la habitación del hospital sin ningún alma más, a excepción de ramos, y ramos de flores. Miré hacia mi izquierda: flores, y más flores. En las tarjetas se podían leer mensajes deseando que alguien se recuperara, aunque no se especificaba quién. No sabía qué hacía exactamente en un hospital... Pero qué más da. Intenté recordar lo que había pasado. Solo encontré lagunas y más lagunas mentales. Me levanté de la camilla, pues ya estaba harta de esperar a que ocurriese algún cambio. ¿Dónde estaban los demás? ¿Me habían vuelto a dejar sola? Sea lo que sea, yo no me iba a quedar de brazos cruzados.

       Salí de la habitación, no sin antes echar un vistazo por encima del hombro al lugar donde había estado durmiendo. Parecía confortable, a excepción de los goteros que colgaban de sus percheros. Sonreí sin saber muy bien por qué. Pero luego miré al frente, hacia el pasillo. Estaba solo. No se escuchaban ni las voces de las enfermeras, ni la tos de ningún enfermo, ni ronquidos. Nada. ¿A qué se debía ese silencio? Decidí coger el camino de la derecha, dónde había algo tirado, aunque no me fijé qué era exactamente. De repente, algo estalló a mis espaldas, me giré y vi una luz cegadora.

...

       Un ruido me despertó de mi profundo sueño, aunque seguí un rato con los ojos cerrados. ¿Cuánto tiempo había pasado? Era imposible saberlo con certeza. Lo único que tenía seguro es que se habían ido, y nos habían dejados solos con esta lucha por delante. Muchos habían muerto, desgraciadamente, o tenían otras prioridades, como la familia o los amigos, y otros habían creado un tercer bando. Y me pregunto mil veces por qué. ¿Por qué un tercer bando? ¿Por qué no volvemos a ser lo que éramos antes de la separación? Pero claro, yo ya sabía la respuesta: aunque luchemos por la misma causa, ellos tienen una forma diferente de trabajar a la nuestra.

       Cansado de pensar en toda esa gran traición, abrí los ojos, y me encontré sentado en el pasillo de aquel hospital... Aquel hospital donde hace tan solo unas horas (¿o fueron días?) comenzó todo. Miré a mi alrededor, y solo se me pudo ocurrir un adjetivo para describir lo que vi: desastroso. Había una máquina (que no sabía exactamente para qué servía) volcada y rota en el suelo, y junto a ella, miles de papeles tirados. Una camilla, de esas que se usan para transportar a los heridos en las ambulancias y por los pasillos, se encontraba en medio de todo aquel infierno. No es que yo fuese el más ordenado, ni el más maniático de la limpieza de todos, más bien al contrario, pero parecía que había pasado un tornado por allí. Quizá hasta hubiese preferido que hubiera sido un tornado, en vez de...

       Sin previo aviso, el suelo comenzó a temblar, y una de las lámparas del pasillo se descolgó, dejando ver un auténtico espectáculo de luces a mi alrededor. Otra lámpara cayó a mi derecha, muy cerca de mí. Pensé que iba a morir, así que no me quedó otro remedio que correr. Correr por mi vida.


       Llevaba ya horas y horas pensando en lo mismo. ¿Por qué? ¿Por qué esta absurda batalla? Cada vez entendía menos el motivo de todo esto. Cuando se trabaja unido, se trabaja mejor. Pero, claro, es complicado luchar cuando en el mismo grupo hay pequeñas peleas. Aunque yo no las llamaría pequeñas peleas, exactamente. Puede que una división sea buena, pero... no estoy muy seguro de ello. Había dejado a Hayley dormida (o inconsciente) en una de las pocas camillas que había encontrado. Jeremy se encontraba agotado, así que se quedó dormido en uno de los pasillos del hospital. Los demás... bueno, algunos habían desaparecido. Otros seguían luchando en diferentes partes del mundo. Y... muchos se unieron a un tercer bando. Mi duda era: ¿Por qué luchar entre nosotros si el tercer bando y nosotros luchábamos por la misma causa?


       Mientras, yo estaba ahí en la catastrófica recepción del hospital, sentado en un sofá azul. Me toqué la frente. Creo que tenía un poco de fiebre. ¿Y quién no? Tenía claro que debíamos hacer algo, ponernos en acción. Pero, ¿qué podíamos hacer? Justo al mismo tiempo en el que me formulaba esta pregunta a mí mismo, pasó algo que no tenía previsto. El televisor de la sala estalló en mil pedazos, iluminando toda la sala, como una gran bengala, y el suelo comenzó a temblar. Me levanté de mi asiento casi instantáneamente. Decidí abandonar la habitación en la que estaba, aunque supuse casi inmediatamente que el problema no procedía de allí. Debía de ser algo del exterior. Me asomé al pasillo y miré a mi alrededor. Todo estaba como lo dejamos. Escuché un pequeño sonido metálico. Era la lámpara del techo, que se movía suavemente de un lado a otro. Me relajé, pues pensé que podría haber sido algo peor. Justo entonces, el foco reventó, soltando chispas de luz en todas direcciones. Corrí por el lado contrario del pasillo.


       Mierda, mierda, mierda... ¿Dónde estaban Hayley y Taylor? Hayley... recuerdo que se desmayó y alguien la llevó a algún sitio... Y Taylor... ¡Ah, ya! Él dijo que descansaría en la recepción. Así que corriendo, e intentando esquivar las explosiones que ocurrían cerca de mí, me dirigí hacia allí. Oh, joder, no había nadie. Salí a dos patas de aquella sala. En el pasillo, las paredes comenzaron a derrumbarse, dejando detrás de mí un rastro de polvo y escombros. No me quedó otro remedio que huir solo.


       Oh, ¿dónde estaban todos? No había ni una sola alma. Y lo más extraño de todo es que no recordaba nada de lo que había pasado. ¿Dónde estaban mis amigos? ¿Y Taylor, Josh, Jeremy y Zac? ¿Dónde se podían haber metido los demás soldados de la resistencia? Llegué a unas grandes escaleras que daban a un amplio corredor. Ahora que lo recordaba, aquel hospital me resultaba familiar... Era la segunda base general de la resistencia, aunque pocas veces la usábamos. Yo solo había estado allí un par de veces, hace tiempo. Algo se derrumbó a mi izquierda, pero yo opté por ignorar qué era, y salir corriendo. Me dolían las rodillas y me costaba respirar. Mi corazón iba a un compás acelerado. Parecía que me iba a caer de algún momento a otro. Me paré un poco y miré atrás. Una luz se encendió detrás de mí. Los focos se rompían. ¿Pero qué era todo esto? Llegué a un punto en el que se unían varios pasadizos. Por uno de ellos, que estaba a punto de caerse en mil pedazos, vi a Jeremy, huyendo de los escombros que amenazaban con aplastarlo. Por otro callejón avisté a Taylor empapado de sudor. Cuando los tres llegamos al cruce, nos miramos, y sonreímos al ver que estábamos todos sanos y vivos. Me entraron unas ganas tremendas de abrazarles, pero el fluorescente que se encontraba sobre nuestras cabezas reventó. Los tres fuimos directos al pasillo por el que ninguno había pasado. El pasadizo nos llevó a una capilla que había dentro del propio hospital. Antes se usaría para los enfermos internos, supuse. Al gran candelabro de araña que colgaba del techo le pasó lo mismo que a los otros focos. Aunque este se cayó al suelo, haciendo que temblara con fuerza, y sonase un ruido estrepitoso. Salimos por una pequeña puerta, que daba a otro corredor. ¿Acaso los pasillos no terminaban nunca? Y llegamos a una pequeña habitación de unos... ¿dieciséis metros cuadrados? En la pared llena de desconchones había una ventana tapada con tablones de madera, pero entre ellos había algunos huecos por los que se filtraba la luz del sol. 
 
Creo que hemos llegado al lugar donde empezó todo – dijo Taylor sin parar de mirar a todas partes.

viernes, 26 de abril de 2013

Misguided Ghosts [Parte 1].


     ¿Nunca os habéis preguntado el motivo de vuestra existencia? Varias veces he llegado a pensar “¿Por qué yo?”. A veces solo pienso que soy un estorbo, el comodín de la baraja de cartas que es la vida; alguien que solo existe para quitarle el oxígeno a gente que lo necesita más que yo. Pero ahora yo no importaba.

     Volví a abrir los ojos. ¿Habían pasado horas, minutos, segundos? Quién sabe... Recogí las cartas de mi mejor amigo. Una, dos, tres, cuatro; cuatro extensas cartas que me escribió a mí, y solamente a mí. Las guardé en mi bolsa, la cual estaba casi vacía. Recogí mi guitarra acústica y la guardé en la funda. Cargada con todo eso, salí de mi cuarto y cerré la puerta. Me voy lejos, por un rato, a mi lugar especial. Fui hacia el patio trasero de mi casa, miré a mi alrededor, asegurándome de que mi madre no andaba por ahí. Sonreí, respiré hondo y me coloqué bien la mochila y la funda de la guitarra a la espalda. No era la primera vez que emprendía este pequeño viaje de mi cuerpo y mi alma, no era la primera vez que los veía.
 
     Apoyé uno de mis pies en el hueco que había en el muro de piedra que cercaba el jardín trasero. Aquel hueco se había ido erosionando cada vez más, debido a que siempre lo usaba para subir el muro. Era seguro, pero peligroso al mismo tiempo; imprevisible. Salté al otro lado, y caí suavemente, debido a la práctica. Detrás de mi casa había un gran bosque lleno de árboles, lleno de vida. Miré al cielo, completamente encapotado. Ese tipo de días en los que miras arriba y lo ves todo blanco me inspiraban. Me inspiraban incluso más que los días soleados que tanto le gustan a la gente. El sol es para la gente que tiene amigos, para la gente que sale y “se divierte”. Pero yo no tengo ese mismo concepto de diversión.

     Me llevé media hora caminando. No tenía prisa, ¿para qué? El tiempo fluye a su aire: si lo intentas manejar, será peor, pues él te controlará a ti. Al fin llegué al mi lugar, al lugar donde me siento a salvo. Se trataba de un sauce llorón a las orillas de un riachuelo. El césped era más verde allí, el olor a naturaleza era más intenso, y la tranquilidad más palpable. Me senté a las faldas del sauce, saqué las cartas y las coloqué sobre una de las raíces del árbol, y desenfundé la guitarra. Comencé a tocar aquella melodía que no paraba de sonar en mi cabeza. La melancolía se palpaba en cada uno de los acordes, y con sal en los ojos, ahora cerrados, inicié mi canto. 

Vaya... Has mejorado mucho desde la última vez que te escuché tocar. Y tu voz suena de maravilla dijo Taylor, que estaba sentado con las piernas cruzadas enfrente mía.

Mira quién se ha dignado en aparecer... respondí yo con media sonrisa.

     Él posó su mirada en las cartas y alargó el brazo para cogerlas. Yo le impedí hacerlo. Me miró, con extrañeza. Dejé la guitarra a un lado y cogí yo misma las cuatro cartas. Las observé, una a una. Taylor me tocó el rostro y me dedicó una de sus mejores sonrisas. Abrió la boca para hablar, se lo pensó mejor, y la cerró. Tras poco tiempo la volvió a abrir.

¿Son de... pero él no continuó la pregunta.
 
     Asentí con la cabeza. Sabía perfectamente de quién hablaba. Él se fijó en que aún no las había abierto. Las lágrimas volvieron a acudir a mis ojos. Algo fallaba. Yo no solía llorar, a pesar de tener varios motivos. O al menos no lo hacía delante de nadie.

¿Qué ha pasado? preguntó él seriamente.

Que ahora él está entre tu mundo y el mío. Se encuentra en el limbo. Ahora solo queda que alguien le acompañe y le enseñe. Y no me queda más remedio que hacerlo yo misma.